¡Madre hay una sola!
Yo no puedo decirlo. Tengo varias; en el corazón, en la cabeza, en la víscera y en la espalda. Las tengo. En el cielo y dispersadas por el mundo, incluso tengo de aquellas que no han parido nunca, pero son capaces de los actos de amor más profundo. Las he visto, me han querido, me han cuidado. De alguna manera, todavía lo hacen. Y tengo esa madre sangre que me abre la garganta y por las noches me despierta a sobresaltos. Sí. La siento yéndose pero sin soltar mi mano, sin soltar el cuerno de mi memoria. La siento cantando con los flecos desteñidos de lo que otrora me nutrió. La siento llamarme con su danza y yo y mis pies izquierdos contrapunteamos su ritmo que se apaga. Su sol de invierno recogido adentro de un gorro que acaso abriga su sien. Desenredar tal ovillo de ropas y surcos de años en la palabra que se deshace en lo infinito. Imposible. Siento a esa mujer de turgencias ecuatoriales llevarme selva adentro, descender por la rivera muchacha, mostrarme el mar y reventar sus propias olas contra las rocas. La perenne canción del litoral encapotado que sisea. Su olor de plátanos, cacao y yuca, el zigzag sobre el espejo mar de los cangrejos. La miro acunada en el carmen brujo de la nochebuena, las procesiones, la santería y los cuentos oscuros y así, desde la fábula de una ciudad moderna me anudo a mi semilla, mi ancla para no sentirme diseminada por su temporal. Yo también me fui por mi propia jungla, también me encontré ojos y hechizos, pero a la hora de la vigilia me hallo desmadejando hilo, vellón, torbellino. ¿De que nudo me suelto entonces? ¿Qué entramado hay en mi espíritu?
Retiñe 《Madre》 en el sigilo de la lluvia que escampa yo imagino unas tijeras en cruz bajo la cama. Un soplido poderoso de oraciones al revés y las nubes se retiran. Crepita la palabra en furia arrasadora.
Tal vez sigue curando males de ojos, leyendo la fortuna en los cigarros. Tal vez sigue haciendo limpias con mastranto, borraja y ruda. Tal vez se ha entregado, vencida a los cánticos de las iglesias. Ya no importa. Es mi madre con la eterna luz del solsticio en su frente, en su rostro de mirada acuosa y viajera. Acaso una catarata descienda por sus mejillas.
Yo no soy más la hija ovillo. Con su bendición, soy hebra lejana, madeja que se enreda, encanece y teje nuevas tramas.
Lídice Robinson
Buenos Aires, 24 de junio 2018
Yo no soy más la hija ovillo. Con su bendición, soy hebra lejana, madeja que se enreda, encanece y teje nuevas tramas.
Lídice Robinson
Buenos Aires, 24 de junio 2018
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